Es fundamental entender que lo que nos pasa tiene una razón, y que el destino, la vida, Dios, o como se quiera llamar al encadenamiento de causas y efectos, no es una casualidad caprichosa.
Para salir victorioso de una de dificultad, por difícil que nos resulte en principio, hay que conocer sus causas, las muchas causas que desembocan en el efecto presente.
Conocer las causas es el primer paso necesario para llegar a las soluciones. Pero el solo conocimiento no es suficiente para resolver un problema.
Ese conocimiento, que no va más allá del plano racional o que, como mucho, produce un cierto impacto emocional, se esteriliza si no sigue la vía natural hasta llegar a la acción.
El segundo paso indispensable para que la ley de causa y efecto cumpla con su misión formadora del ser humano, es entrar en acción.
Sabemos que estamos ante una dificultad en la vida. Hemos analizado las posibles causas. Ahora hay que preparar un plan de acción y ponerlo en práctica. Sobre todo, ponerlo en práctica. No importa que el plan ideado no sea perfecto y que no acabe con los problemas. Es mejor equivocarse en la acción que permanecer inactivo por miedo a equivocarse.
El que se equivoca, pero actúa, integra dentro de sí el ejercicio del movimiento, de la marcha, rompe la inercia y combate el miedo. Y aún más: desarrolla la inteligencia como para poder reconocer paulatinamente cuáles son las decisiones mejores y más acertadas.
Nueva Acrópolis
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